Desde la formulación de Alfred Marshall (Marshall, 1890) de los “distritos industriales”, hasta el moderno concepto de “cluster” propuesto por Michael Porter (Porter, 1990 y 1998), pasando por el análisis de los distritos industriales de la “terza italia “(Becatini, 1987 y 1989), han sido numerosos los economistas que han estudiado el fenómeno de la relación entre el espacio regional o local y los actores económicos y la innovación. La teoría y la práctica actuales de los “clusters” se basa en esta tradición y trata de integrar las características propias de la economía del conocimiento que hemos visto en otros artículos.
Marshall ya observó, a finales del siglo XIX, que las aglomeraciones territoriales de actividades industriales relacionadas, que llamó “distritos industriales”, eran más eficientes en la medida en que se beneficiaban de externalidades positivas asociadas a sus respectivas actividades. Es decir, que empresas cercanas en un espacio determinado podían beneficiarse de esta proximidad mediante la colaboración.
Por su parte Michael Porter (1998), puso también el acento en la importancia de la competencia local como incentivo para la innovación, conectando el potencial de la competencia con las virtudes de la cooperación selectiva. Porter relacionó el concepto de “cluster” con la capacidad competitiva de las industrias y de las naciones, con la definición que sigue:
“Clusters son grupos geográficamente cercanos de compañías interconectadas y de instituciones asociadas en un campo determinado, unidas por elementos comunes y por complementariedades. Los clústers conforman una matriz de industrias conectadas y otras entidades importantes para competir, incluyendo instituciones gubernamentales y otras como universidades, agencias, “think tanks”, centros de formación y asociaciones empresariales”. (Porter, 1998).
Actualmente hay una cierta confusión sobre el significado real del concepto “cluster”, ya que probablemente se está utilizando con excesiva profusión para casos diversos. En mi caso voy a referirme al concepto de clúster que utiliza habitualmente el TCI (“The Competitiveness Institute”, el instituto de competitividad) promovido por el propio Michael Porter. Ampliaremos el concepto en un próximo artículo.
La citada fuente considera que los siete elementos clave de un clúster son:
- Concentración geográfica. Desde el principio, la concentración geográfica ha sido un elemento clave de un clúster. La proximidad física entre los miembros de un clúster es la que permite la mayor parte de sus beneficios, distinguiendo entre aspectos “hard” y “soft”.
Se entiende por elementos “hard” o tangibles aquellos directamente relacionados con los beneficios de las empresas para ubicarse en un lugar determinado. Serían entre otros el acceso a activos o recursos propios de la zona, las oportunidades para reducir costes de transacción por ejemplo en el acceso a personal cualificado, las economías de escala y de aglomeración, el acceso a proveedores especializados, los medios de acceso a la información compartida o la relación con una demanda local sofisticada.
Los elementos “soft” serían los intangibles entre los que podríamos destacar el “capital social” de la zona. Entendemos por capital social de un territorio las formas de intercambio de conocimiento tácito a partir del conocimiento y la confianza entre personas y grupos sociales. Las facilidades del encuentro “face-to-face” (cara a cara) informal como fuente de innovación y mecanismo de colaboración. La existencia de espacios de relación personal como bares, restaurantes, campus o instituciones que favorecen la relación personal, tal y como ha destacado Richard Florida, son elementos fundamentales para la creatividad.
- Especialización. Normalmente los miembros de un clúster comparten una misma actividad principal, aunque no necesariamente relacionada con un mismo sector. Las relaciones cliente-proveedor pueden establecerse entre miembros de un mismo clúster, pero pertenecientes a diferentes sectores de actividad, en el sentido tradicional del término sector.
Por ejemplo, actores que hacen diferentes actividades del sector de las TIC, junto con empresas fabricantes de sensores o de sistemas automáticos pueden formar parte de un clúster de telemática. Algo similar puede ocurrir con un clúster de biotecnología, formado por diferentes agentes relacionados con el sector alimentario, la agroindustria, las tecnologías médicas y las tecnologías ambientales.
En realidad, cada vez es más frecuente que la innovación se produzca en las zonas frontera entre diferentes actividades. Así los clústers de la economía del conocimiento serán cada vez más diversos, a diferencia de los distritos industriales tradicionales.
- Múltiples actores. Un clúster no está formado por una suma de empresas individuales. Una de sus características fundamentales es el pluralismo, la complejidad, la mezcla de actividades y de agentes.
La organización de un sistema productivo en cadenas de valor, conlleva la conformación de un sistema de relaciones plural entre diferentes agentes que colaboran, intercambian información, generan procesos de aprendizaje compartido, etc. Aparte de la colaboración entre empresas, se establecen fuertes lazos con otras instituciones como universidades, centros de investigación, agencias públicas, etc.
Según Ikeda (Anderson, 2004), los actores esenciales de un clúster se podrían ordenar en cuatro categorías o grupos. Serían los siguientes: empresas, administraciones públicas, la comunidad investigadora y las instituciones financieras. Otra institución fundamental, sobre todo en una nueva iniciativa, sería lo que los autores denominan Instituciones para la Colaboración (IPC) definidas como actores formales o informales que actúa de promotor de la iniciativa motivando a los actores a participar en el clúster.
- Competencia y cooperación. Entre los diferentes elementos de un clúster se producen relaciones de cooperación, pero, a su vez, esto no obsta para que también compitan entre ellos. En realidad, la presión competitiva interna representa un incentivo a la innovación y a la mejora de cada uno de los miembros de un clúster en costes, calidad, capacidad comercial y para entrar en nuevos mercados etc.
La competencia estimula la creatividad a la vez que la cooperación permite compartir recursos, reducir riesgos, aumentar la especialización de la empresa, fomentar la complementariedad de actividades entre empresas, etc. Asimismo, se pueden promover servicios compartidos, tales como un centro tecnológico, que beneficien a los miembros del clúster. Por ejemplo, imaginemos un clúster del mueble que recibe un pedido muy importante de Dubai que ninguna empresa individual tiene suficiente capacidad para atender. Una función del cluster seria atender este gran pedido mediante la cooperación de las empresas, a la vez que se mantendría la competencia entre ellas para las ventas normales. La competencia y la cooperación de los miembros de un clúster no sólo no son contradictorias, sino que favorecen a todos sus miembros.
El factor que permite el mantenimiento en el tiempo del binomio competencia-cooperación es la confianza entre los miembros del clúster. Confianza basada en la conveniencia de compartir un proyecto y una visión del sector. En la necesidad de impulsar colectivamente un proyecto que beneficiará a todos a medio y largo plazo. La confianza es un factor cultural que requiere de la relación personal cara-a-cara (face-to-face) y tiene su traducción, a nivel institucional, por la vía de compartir instituciones y organizaciones comunes y a nivel práctico, mediante la participación en proyectos colectivos. De ahí que los clústers, como hemos visto, se configuran en un entorno geográfico determinado donde estos valores culturales se manifiestan.
Pero con la globalización, estos clústers territoriales deben conectarse a escala global con clientes pero también con empresas del mismo sector con las que competir y cooperar. Se configura pues un doble nivel de relación, la propia del clúster territorial, con la relacionada con la organización a escala global. Se organiza pues una malla compleja de relaciones locales y globales en que cada empresa debe saber situarse correctamente mediante acciones de cooperación y de competencia. La complejidad, como hemos reiterado, es uno de los signos de nuestra sociedad del conocimiento.
En este sentido, los clústeres se configuran como nodos locales de redes globales. Y cada clúster puede conectarse con otros clústeres en una red global.
- Masa crítica. Es evidente que unas pocas empresas no crean un clúster. Se necesita una cierta dimensión para tener los beneficios que estamos analizando. Aquí aparece el concepto de masa crítica, prestado de la física nuclear, que significa en este caso, un mínimo número de empresas y de volumen de negocio por encima del cual se producen los efectos positivos de un clúster.
La razón de una necesaria masa crítica se encuentra en que, para que funcione el proceso de aprendizaje y de innovación propios de un clúster, se necesitan múltiples interacciones y combinaciones entre sus miembros, que no se dan si el número es pequeño. Por otra parte, ante una crisis del sector, sin una dimensión determinada, las pérdidas de algunas empresas pondrían en crisis la viabilidad del clúster.
Este concepto de masa crítica, no es sin embargo válido para todas las actividades, ni es un concepto inmutable. Según la naturaleza de cada sector, la masa crítica necesaria puede variar; asimismo la dimensión óptima evoluciona con el tiempo. Finalmente, a veces la presencia de una gran empresa tractora puede configurar un clúster a su alrededor aunque inicialmente se parta de unas pocas empresas. Sería el caso de Nokia en Finlandia y el clúster de las tecnologías de la información basadas en el teléfono móvil.
- El ciclo de vida de un clúster. En general, cualquier clúster evoluciona en el tiempo, aumentando su dimensión y su complejidad. Según el modelo publicado en Ikeda (2004), se proponen cinco etapas en el ciclo de vida de un clúster: aglomeración, emergencia del clúster, desarrollo, madurez y transformación. En definitiva, un clúster es un organismo vivo que evoluciona en el tiempo y puede pasar por algunas de las etapas descritas.
- a) Aglomeración: existen en una misma región un número determinado de empresas y otros actores relacionados con un sector de actividad.
- b) Emergencia del clúster: un número de miembros de la aglomeración comienzan a cooperar en torno a una actividad de interés común y desarrollan nuevas oportunidades a partir de su relación.
- c) Desarrollo: el número de miembros que cooperan crece, con actores que ya estaban en la aglomeración que empiezan a cooperar, o bien las ventajas del clúster emergente atraen nuevos actores. También por el desarrollo propio de sus miembros. Es en este estadio donde puede aparecer, más o menos formalmente, la figura del IPC (Institución para la Colaboración) que hemos visto anteriormente, a la vez que se visualiza una imagen externa del clúster.
- d) Madurez: un clúster maduro es aquel que ya tiene una masa crítica de miembros, que ha realizado acciones de cooperación internas y externas y los miembros ya han experimentado en la práctica los beneficios del mismo. Miembros de otros territorios se han incorporado, hay una dinámica de creación de start-ups o nuevas empresas emergentes, etc.
- e) Transformación: en un mundo en fuerte transformación cambian las tecnologías, las condiciones de la competencia etc y el clúster y sus miembros tienen que innovar permanentemente. En estas condiciones, el clúster debe tener la capacidad de adaptarse al cambio, lo que a veces representa la transformación en nuevos clústers emergentes nacidos del clúster inicial, por especialización en actividades concretas o debido a una reorientación en el modelo de negocio de una de sus actividades.
- Innovación. La innovación es la característica fundamental de un clúster, sin la cual éste no existe o es una simple etiqueta formal. Un clúster favorece las condiciones para que se desarrolle la innovación, en el sentido que hemos visto.
Como afirma Von Hippel (1994), la conexión entre los clústers y la innovación está asociada con el “conocimiento fijado en un territorio” (“sticky knowlege”) basado en la interacción social. En la medida que la innovación se refiere a nuevas ideas que se comercializan, el clúster representa un entorno propicio para el flujo de nuevas ideas y para su transformación en objetos o en procesos que son aceptados por el mercado. La conexión entre los miembros del clúster favorece el proceso innovador.
A veces esto se produce por la simple interacción entre empresas, las ideas fluyen y se transforman en proyectos e iniciativas que generan innovaciones. En otros casos es la presencia de un centro de I + D en el clúster lo que favorece la puesta en marcha de un proyecto que, al final, se convierte en innovación que favorece a algunos miembros del clúster y, por efecto difusión, probablemente termina favoreciendo al conjunto.
Para terminar esta pequeña introducción a la teoría de clústers, quiero concluir con dos ideas y una pregunta final. La primera idea es que esta teoría nos permite hoy entender algunos de los procesos que se están dando en la nueva economía a nivel global. La segunda, que los clústers siguen siendo un magnífico instrumento para promover la economía basada en el conocimiento, siempre que se entienda su naturaleza y su dinámica interna y externa.
La pregunta es la siguiente: ¿hay muchos clústers reales en nuestro país, más allá del nominalismo fomentado a menudo por las diferentes administraciones? Recuerdo dos experiencias recientes visitando dos comunidades autónomas españolas; al preguntar cuántos clústers había en la región y ver que se consideraban oficialmente un número importante, vimos finalmente que muchos de ellas eran asociaciones de empresas que no reunían la mayoría de las condiciones anteriores.
Una lección que deberíamos retener, es que no se puede promover un clúster donde no existen las condiciones necesarias para ello y que no deberíamos llamar clúster a cualquier asociación empresarial por el solo hecho de autodenominarse de esta forma, o por haber sido reconocida como tal por la administración.
Artículo de Miquel Barceló
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